Secuaz del cuerpo, útero armado,caminos de conspiración, nafta de estrellas...

martes, 17 de noviembre de 2015


En algún momento inherente a nuestra pequeña cronología femenina creemos que podemos dormir la herida. Vivir creyendo que nunca  se dio. Que podemos no ser lo sangrado. Que no somos sangre porque no somos cuerpo. Que podemos no habitar nuestro cuerpo y podemos no ser lo que somos.
Amanecí  tras una noche en que los cimientos de mi ser se estremecieron. Toda la estructura protectora construida y levantada entorno a un dolor ancestral cayó. Un dolor que me reclamaba y que yo sin embargo negaba
                                   y negaba
                                      y negaba
                                         y negaba sin saber –sin querer saber-
que cuanto más lo negaba más lo mandaba a lo más profundo de una mazmorra visceral sin por ello hacerlo callar…manifestó con más fuerza el eco de voz de auxilio.
El eco de una niña que soy todavía disimulada en mis entrañas.

He visto en muchas mujeres  cómo la perturbación de los acontecimientos sentimentales nos da la oportunidad de sanar esa innegable  herida, que está ahí, donde la sangre parece que brota más desbordante, más inminente a pesar de su antigüedad.
 En un cataclismo interior la torre que protege a nuestra niña interior, que canta triste en el fondo de nuestra psique,  se arruina y curar el recuerdo de esa cría dolida es una bendición que por suerte tenemos que atender.

Esto me pasó a mi, cuando una noche herida de desamor y luchando contra el condicionamiento que la cultura y mi madre desdichada y mi abuela desdichada y las mujeres maestras de vida desdichadas, me han marcado a fuego en el cuerpo que habla a menudo sin yo quererlo entre el lenguaje dérmico de la entrega y el del reclamo, un cuerpo de Eva que amamanta y un cuerpo de Lilith que saquea la yugular lujuriosa. Un cuerpo que  desea otorgar una energía afectiva determinada, que quiere su pareja estable, que quiere enamorar en lo cotidiano y otra que quiere saltar de cama en cama, que quiere ser cualquiera, que se regodea en ser puta, en ser una zorra salvaje, una alegre libertina egoísta que ama pero no se compromete. Soy ambas y una diversidad de mezclas entre las dos indefinible que se manifiestan como personajes inventados por esta sociedad fálica. Porque ni siquiera son mías. Ni siquiera en mi cuerpo puedo vivirme plenamente yo.

Y en su origen está esa niña que grita.  Una noche me asomé con ella hasta el recuerdo y la abracé en la cama, desnuda, inocente. Esa niña no quiere ser sino ella misma, no llevar marcas, no haber sido rechazada, haber sido libre y amamantada para poder amamantar y ser libre a la vez.
 Esa niña quiere curar el trauma original de tener que ser una mujer en particular y la sometan a ello.  Hay un momento en casi todas las mujeres en que hay que tener que volver a la niña que fuimos y decirle, eres libre, ama y déjate amar. Y todo, todo, pasará a través de este cuerpo tuyo, que jamás es el mismo y se renueva cada mes desde el primer momento en que menstrua. Como mujer sabrás que la sangre es un regalo. La sangre de cada mes que te permite renovar el cuerpo en el habitas y la sangre de las heridas del alma que hay que revisar, coser y entender.

Y quizá abrazarnos desde otro lugar, solo nuestro, lleno de presente y de origen a la vez. Somos nosotras, con la niña que fuimos, la mujer que somos y la sabia que seremos, más cerca, auténticamente en nuestro centro. Puede que siempre condicionado pero puede que podamos re-condicionarlo, hacernos una cultura desde el útero.
Quizá llegue el momento de volver a acurrucarnos en el vientre de nuestras madres y de nadar en su sangre. Una sangre que vibre amor y libertad sin diferirlas

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